LA DANZA DE LOS DESNUDOS
- IRENE CUPEIRO
- 21 mar 2017
- 3 Min. de lectura

Por un pie empezó todo. Si, eso mismo. El típico pie que se cuela, tan fácilmente, por la rendija de un respiradero del suelo de la calle y, que luego, es tan complicado sacar sin quedarte sin zapato. Así íbamos los tres, descalzos de un pie y caminando con más atención. Quedarte sin un zapato, pase, pero ¡quedarte sin los dos! Es una auténtica locura.
Así que agonizantes de sufrir tal infortunio, llegamos a la conclusión de, que lo más coherente era, ir a un espectáculo de danza que se celebraba en un establecimiento al final de unas interminables escaleras. Creerán que no lo sé, pero sí, lo hicimos. Subimos a la pata coja todos los escalones y llegamos al final, exhaustos pero exitosos. Una vez dentro, nos dimos cuenta de que todo el mundo nos observaba. Debía de ser que el esfuerzo de la larga subida nos había despeinado y se sentían escandalizados por nuestro aspecto. Resulta que el sitio era de semi-etiqueta. Y digo “semi” porque la etiqueta de nuestros zapatos se había quedado agradablemente colgada en el par que perdimos. Por supuesto, eran nuevos. De no ser así ya la habríamos perdido tiempo ha.
El espectáculo iba a comenzar así que tomamos asiento. Fue un lujo. La cuarta parte de los asistentes se quedaron de pie. La tercera, la segunda y la primera parte, pudimos sentarnos. Me enteré por la señora de al lado, que hablaba con su marido, que estábamos en un lugar privilegiado, mientras que los dos sillones de mi izquierda (que eran los que ellos ocupaban) eran peores que estar levantado. ¡Qué mala suerte! Pensé. Y no volví a pensar más en ello.
Cuando comenzó la música, a los tres pies descalzos les empezó a suceder algo diferente. Ponga atención a lo que voy a contar: mientras que todos los pies cómoda y adecuadamente calzados se quedaban, sumisos y bien educados, en sus posiciones correctas; los pies desnudos decidieron que por fin eran libres y lo iban a aprovechar. Así que se rebelaron. Se aliaron con algunas partes del resto del cuerpo, como las rodillas, y nos hicieron abandonar nuestros bien merecidos asientos. Deduzco que la señora y su marido habían cambiado de opinión respecto a nuestro sitio, puesto que no lo ocuparon.
Ya estábamos los tres subidos al escenario, brincando de manera ortopédica, entre los bailarines, que por alguna razón decidieron que la mejor opción era ignorarnos por completo. Comenzamos a bailar de la manera más extravagante posible cuando de pronto otros pies oprimidos también quisieron unirse a la fiesta. Al ver a alguien hacer algo que llevas deseando ya tiempo, te animas más. Los más valientes se despojaron del calzado y subieron al escenario. Los artistas seguían danzando como si tal cosa. Había algunos pies indignados por la actitud de los rebeldes, pero otros luchaban contra sus ganas de salir, por aquello del que dirán. En cuestión de minutos había más gente en el escenario que abajo, pero no a todo el mundo le faltaban los dos zapatos. Y estalló una guerra de pies. Así, los oprimidos pisaban a los libres cuándo estos últimos trataban de liberarles. Lo danzarines decidieron que el escenario era pequeño para ellos y extendieron su representación al patio de butacas. Casi todos bailaban y los calzados, que eran menos, no podían reprimir a los sublevados. Fue una autentica epopeya.
Cuando cesó la música, los pies se detuvieron y pudimos descansar. Había más zapatos repartidos por la sala que gente. Un dato que me pareció realmente curioso. Y la experiencia fue impactante, pero sobretodo enriquecedora.
Esta es la historia. Así empezó todo. Así fue como los tres decidimos que jamás nos volveríamos a dejar guiar por nuestros zapatos y sólo seguiríamos a nuestros pies. Regalamos todos nuestros pares viejos y ahora andamos descalzos. Y ahora va todo rodado ¡y sin patines! Y el zapato solitario cuya pareja perdimos, ahora lo usamos de sombrero, para que nuestra oprimida cabeza recuerde es libre y no la puede atar nada. Evidentemente un zapato no es tan grande como para tapar por completo una cabeza. Hasta aquí puedo leer.
I.C.C.C.
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